Soy originaria de un país donde el arte: la música, la expresión corporal está muy vinculada a la vida misma. Donde visualmente contrasta lo antiguo con lo nuevo de una manera estancada en el tiempo, móvil pasivo. Caminar por las calles es una constante entrada de información a la pupila de variados estilos arquitectónicos. Todo se mezcla, todo se canta, todo se pinta, todo se comunica y no precisamente con la palabra. La dictadura mutila siempre algún sentido.

Más queda el arte, queda el movimiento y la inquietud latente de querer saber para decir. Querer saber que pasa afuera y adentro. Del lugar de donde vengo las respuestas están prohibidas simplemente porque no hay preguntas, más queda la magia. Del lugar de donde vengo hay mucha magia, hay muchas puertas, muchos portales, palabras sagradas, rezos, palos, dioses, cantos, colores, fuerzas, señas, arquetipos, firmas, cartas y bailes sagrados que responden las preguntas secretas y sobre todo, te llevan adentro. Y como dije anteriormente todo se mezcla. La carencia con la abundancia, la necesidad con el tener, lo mundano con lo pagano, la identidad con la heterogeneidad y la razón con lo espiritual.

En un lugar donde la realidad roza la absurdidad, el arte es vivo y ser artista es la más cuerda decisión para por fin, expresarte. Para preguntar sin que denote preocupación, para encontrar respuestas, sobre todo las de adentro. Para comprender, para tener y compartir, para crear, para construirse como individuo separado del tumulto, para ser libre!